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Alberto Goldenstein

Las ficciones de Goldenstein, Delfina Helguera, La Nación 8 Nov 2013

Dos viajes a Estados Unidos, realizados con una diferencia de casi tres décadas, revelan los cambios en la mirada del fundador de la Fotogalería del Centro Cultural Ricardo Rojas. En blanco y negro y color, la galería Foster Catena presenta la doble cara

Fueron dos viajes a Estados Unidos el hilo conductor y el desencadenante de esta muestra. El nacimiento de una vocación y el afianzamiento en un terreno conocido. Dos épocas, una misma persona, un todo que se va develando a medida que el tiempo transcurre como gotas pesadas. Alberto Goldenstein viaja a Boston en 1982 y se inscribe en una escuela donde entra en contacto directo con la fotografía norteamericana. Lo deslumbran los fotógrafos cercanos en el tiempo, como Diane Arbus, y los maestros del siglo XX: Walker Evans, Robert Frank, Alfred Stieglitz y la tradición estadounidense del documentalismo. Se reconoce en esas miradas y esta experiencia será el punto de partida de un rumbo definitivo.

Las fotografías en blanco y negro expuestas en una de las salas, que nunca fueron copiadas ni mostradas antes, fueron tomadas en esos años de aprendizaje bostonianos. El ahora fo- tógrafo se enfrentó con esas imágenes a partir de un nuevo viaje a Nueva York en 2011, con la excusa de comprar una cámara digital. Así se desató el vendaval que es Americanas, una muestra con el sello Goldenstein que resume, compendia, ilustra e ilumina todos los intereses e ideas sobre la fotografía que tiene el autor. Se reconocen sus temas, la predilección por las pequeñas escenas, la ciudad como protagonista, los encuadres, las citas a la historia de la fotografía y del arte en general.

La exposición se despliega en tres salas con un montaje austero propio de la museografía modernista: en una las de Boston, analógicas en blanco y negro, y en las restantes las tomadas en el segundo viaje, copias digitales y en color. Las fotografías de Boston, miradas desde la actualidad, sólo reconfirman lo que veremos después, en una especie de presagio anacrónico. El espectador se encuentra con dos autorretratos que definen las dos épocas: la sombra del fotógrafo en banco y negro y una escena en el mítico Chelsea Hotel, donde se hospedó en su último viaje, que recrea una atmósfera cinematográfica de thriller.

El diálogo y las tensiones entre las dos series es lo que enriquece esta muestra. Los años transcurridos se reflejan en las nuevas fotografías de colores “electrónicos” como los define Goldenstein, donde la ciudad, ese tema por excelencia de la fotografía del siglo XX, se despliega ante nuestros ojos. Podría ser cualquier ciudad –ya lo hizo con Mar del Plata– pero es Nueva York la urbe icónica. Están Times Square, el edificio Flatiron, el Central Park, las vidrieras, las marquesinas. El instante preciso de Cartier-Bresson en una escena en el parque con parejas que se besan, una escena primaveral que nos recuerda a los pintores franceses del impresionismo, los museos y sus visitantes, un árbol en flor en una calle lateral. El fotógrafo logra su intención: que, frente a sus fotos, recordemos. Que, frente a la cantidad inimaginable de imágenes que nos bombardean todos los días, podamos reconocer y recordar qué es la fotografía. “Soy un fascinado de la realidad –comenta el autor– pero de la realidad en la fotografía. Como documentalista soy un constructor de ficción.”